viernes, 25 de junio de 2010

Destruir, destruir

Intentando poner orden entre el maremagnum de papeles, revistas, libros y otros objetos y artefactos inútiles, he dado con dos viejos folios en los que se conservan, intactos, los versos de sendos poetas, Ledo Ivo y Eliseo Diego. Aparentemente, nada tienen que ver uno con otro. Después de una primera lectura, algo similar empieza a aflorar desde sus palabras. A la segunda, las voces empiezan a armonizarse, como si alguna magia oscura las fuese superponiendo. A la tercera, ya casi son la misma voz, reproduciendo graves y medios para crear un maridaje excepcional, acompasado, oculto y a la vez evidente. Se hacen presentes entre la nube espesa del tiempo y susurran un canto en el que las notas parecen querer retener el transcurso de las horas, los días y los años. Aquí los dejo, para quien los quiera.


LOS MURCIÉLAGOS


Los murciélagos se esconden tras las cornisas
del almacén ¿Pero dónde se esconden los hombres,
que vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?

La casa de nuestros padres estaba llena de murciélagos colgados,
como luminarias, de las viejas vigas
que apuntalaban el tejado amenazado por las lluvias.

"Estos hijos nos chupan la sangre", suspiraba
mi padre.

¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de los otros animales
(¡hermano mío! ¡hermano mío!) y, comunitario, exige
el sudor de su semejante aún en la oscuridad?

En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su
almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las doradas monedas de su amor.

Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo guarda el
día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis ocho hermanos y a mí)
su casa donde de noche llovía por las tejas rotas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los murciélagos.
Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos como nosotros.


Ledo Ivo (Brasil, 1924)
"La moneda perdida"




TIEMPO DE LA FOTOGRAFÍA



Ávida vuela la palanca
y entra veloz la luz, el tiempo
preciso y justo de la arena
precipitándose a la trampa. Todo
queda ya igual
-ya para siempre.

Los niños y el resol, la viva espuma,
las nubes en sus coros displicentes,
la dicha inmensa del verano
y el simple estar allí
-tal como era
en aquella otra luz
-en aquel tiempo.



Eliseo Diego
"Los días de tu vida"

domingo, 4 de abril de 2010

MENOSLUZ

MENOSLUZYMÁSTIEMPO
ADORÁNDOTESIENDOACADAHORA
COMOUNVIEJOSATÉLITE
DELQUENOPUEDESNUNCA
DESPRENDERTE

DESCANSOENTUSOFÁ
DUERMOENTUCAMA
ATERRIZOENELSUELO
DETUSINDECISIONES
INVADOTUCOCINA

NUNCAANTES
TENDÍTUROPA
CONESTAALEGRÍADEVERANO

NUNCAANTES
REGUÉTUSPENSAMIENTOS
CONESTATRANSPARENCIA

NUNCALAPALIDEZFUECLARIDAD
ANTESDEESTEREENCUENTRO

AHORATODO
ESNUESTRO
YESNOSOTROS

AHORANADA
PUEDEDETENERNOS

martes, 27 de octubre de 2009

LA VERDAD DEL FRÍO

Hay momentos en los que uno se siente afortunado, en que sus expectativas se han visto colmadas, en que los deseos se cumplen, sin más. Para un poeta, como para cualquier creador, el momento de ver impreso uno de sus libros, fruto de años de búsqueda, de escritura, de correcciones, de dudas, es la culminación de todo el trabajo que se puso en marcha mucho tiempo atrás, asediado por las incógnitas, por la incertidumbre acerca de la forma que tomarán los versos y la dirección en que le llevarán. Es, sin duda, la hora de la verdad, la hora en que el poeta deberá enfrentarse a sí mismo y decidir si ha valido la pena, y en la que el juicio de los otros vendrá a refrendar o a contradecir la idea que él tenía acerca de sus versos. En poesía, generalmente, y con muy escasas excepciones, nada tiene demasiado eco, nada va mucho más allá de los círculos más próximos, familia, amigos, compañeros de oficio, con suerte un grupo reducido de críticos más o menos profesionalizados y con más suerte un puñado de lectores no vinculados a las circunstancias biográficas del poeta. A pesar de todo, no deja de existir en él una cierta inquietud sobre el recibimiento que va a tener su obra. Así me siento yo ahora, inmerso en esa mezcla de alegría e inquietud, esperando que el libro empiece a distribuirse, soñando con que llegue a las manos adecuadas, aquellas que lo sepan apreciar en lo que es, a saber, un intento más de dar razón de algunos aspectos de la realidad que, ni se explican por sí mismos ni pueden -creo- ser apuntados o sugeridos desde otros lenguajes que no sean el de la poesía, el lenguaje aparentemente más innecesario, el que para algunos menos conexión mantiene con la realidad de la vida diaria, pero que para otros es absolutamente imprescindible, precisamente por no hacer referencia a esas cuestiones más pragmáticas de la existencia y pretender explorar otros planos de lo individual y de lo colectivo. Así me siento ahora, a la espera de ver que La verdad del frío busca su lugar en el mundo y las manos que lo sostendrán bajo una mirada atenta, una mirada que alcance a descubrir alguna pequeña verdad ocasional que le ayude a hacer más llevadera la pesada carga de los días. Me siento, también, afortunado, porque el libro se hizo acreedor al IV Premio Internacional de Poesía Màrius Sampere 2008, lo cual ha permitido que sea publicado por una excelente editorial, La Garúa, con un prólogo breve pero lleno de cariño de la mano de un poeta muy querido y admirado, Jordi Virallonga. No se puede pedir más, y no pido más. Sólo quiero compartir mi alegría con los pocos que os acerquéis hasta este cuaderno semiabandonado. Gracias a todos los que han hecho posible la edición de este libro, al jurado que lo valoró como merecedor del galardón, al editor que lo ha convertido en un bello objeto de lectura, a Jordi Virallonga por sus generosas palabras y a todos los que me han apoyado y me apoyan en esta tarea casi clandestina de escribir versos. Transcribo algunos poemas del libro y me hago eco de la presentación que tendrá lugar el próximo 5 de noviembre en Santa Coloma de Gramenet, en la Biblioteca de Can Sisteré, a las 20.00 horas.






EL ANIMAL DEPUESTO

Coronado de luces engañosas,

anclado en su espejismo,

dormita su ebriedad el universo.

Ya levantó su manto el dios inconocido,

ya el ángel de lo oscuro ha deslizado

su aroma de tiniebla entre las cosas.

Arcángeles, demonios, héroes y villanos,

sobrados y excedentes

del cálculo satírico del tiempo,

mecen sus armas a la luz del aire,

mas, ninguno recuerda los motivos.

No sabe nadie. Todos desconocen

la precaria certeza del principio,

y sesgan la corteza de la tierra

por una posesión inaprehensible.

¿Quién es dueño del Hombre?

¿De quién debiera el Hombre liberarse?





ARS ADIVINATORIA

Saber que hay un abismo

lamiéndote las plantas de los pies,

que vives de prestado, en un impás de aire,

calmándote la sed con unas aguas

que no te pertenecen,

surgido de la estela de unos nombres

que un día u otro van a ser silencio

y te van a dejar abandonado,

a merced de otros tiempos, de otras voces

al fin desconocidas.

Saber que en el final hay un principio

y que el mundo trasciende tu mirada

no produce inquietud, ni desvarío,

tan solo la nostalgia anticipada

de lo que no será, de este momento

al que nunca podrás encadenarte.


TENTATIVA


Cuando alumbras

la saliva limítrofe de un nombre

igual que un universo en construcción,

amenazado siempre de hecatombe,

de muerte, de fracaso;

cuando ensayas el himno del perdón,

el viento aúlla entre las gárgolas

consolidando la verdad del frío.


EL DESCONSTRUCTOR


He cumplido siglos de espuma

seguido de hombres y ratas

y otras criaturas prisioneras.

Apenas nada

ha sobrevivido a mi tacto

y a mi mirada.

He crecido en mi propia desunión,

en la escisión constante con el tiempo,

he sido tantas ansias de no-ser,

he sido oscuridad, temor de luz,

bajo la incandescencia de estos ojos cansados

y enrojecidos por el peso de un milenio.

Soy demasiado viejo y es demasiado tarde

para querer morir en el intento.

Primero debo acabar el trabajo:

destruir todo rastro de mí mismo.





LAMENTO DE NO-MUERTO

Yo supe que tú eras la mujer de mi vida

al verte soportar en aquel beso

mi aliento de no-muerto mezclado con four roses

mientras otro no-muerto llamado Kurt Cobain

maldecía la noche aullando al infinito.


Yo supe que eras tú

y aposté tanta sangre de no-muerto

como había en mis venas a lo nuestro.


Yo supe que tú eras la mujer de mi vida,

lo que no sabré nunca

es por qué no supiste que yo era

el hombre de tu vida.


jueves, 17 de septiembre de 2009

UTOPÍA (III y IV)



NO



No vamos a entregar nuestra alegría.

Seguiremos riendo los chistes sin sustancia

y las bromas neuróticas

de un judío canijo

que ha reducido el mundo a su Manhattan

hedonista y burgués,

con ese pesimismo contenido,

abandono ilustrado, decadencia

de los bien educados en colegios

de élite, banderas

de una inteligencia programada

para subirse al carro,

para tomar las riendas,

para sacarle el jugo

a este mundo sin dioses.

No vamos a entregar nuestra alegría,

ni a luchar contra nadie

para imponer ideas o costumbres.

Haremos nuestra apuesta más sincera

desde cualquier invierno,

desde la periferia,

desde algún descampado del Bronx o de La Mina,

a ritmo de hip-hop,

o mejor aún, por bulerías.

Por más que insistan, no,

no vamos a entregar nuestra alegría,

no vamos a entregar nuestra alegría,

no vamos a entregar nuestra alegría.

En Park Avenue no se comen callos!












[Jesús G. Aguagria.
Proyecto vital en la desembocadura del río Besós. 2008.
Acrílico sobre tela. 162 x 130 cm.]






ESPACIO







Todo podría empezar

en una calle de Cavalo Morto

y acabar cuando tenga que acabar

en un rincón cualquiera,

fantasmal, de la vieja Comala.

Lêdo Ivo sería

una suerte de demiurgo amable,

como un procreador supremo y apacible.

Rulfo, un demonio travieso

dibujando presencias, acordonando

al último de nosotros

entre fiebres y nieblas.

Entre Cavalo Morto,

donde las muchachas aman a los soldados,

y Comala, la brumosa,

donde las sombras fagocitan

la memoria del último hombre,

hay una realidad por escribir,

un jardín que pintar sobre las aguas,

un Himno a la Alegría por cantar,

un árbol exultante de manzanas

que brillan bajo el sol, como si fueran

las monedas perdidas, las palabras

en el sueño del viejo Lêdo Ivo.


























[Jesús G. Aguagria.
Lago en el sueño de Polífilo de F. Colonna. 2009.
Acrílico sobre tela. 60 x 60 cm.]

miércoles, 16 de septiembre de 2009

OTRO APUNTE PARA UTOPÍA



A CARA DESCUBIERTA





Sobre cada silencio

un nombre.


Sobre cada desnudo

un abrazo.


Sobre cada fracaso

volver a levantarse

desafiante.


Sobre cada herida

bálsamo de hombre libre.


Sobre cada pared en blanco,

sobre cada muro consternado,

sobre cada ciudad maltrecha,

sobre cada continente hundido,

sobre cada mundo en llamas,


sobre la sed,

el hambre,

la mentira,


la suciedad,

el caos,

la vergüenza,


el regreso al principio,

a la eterna mirada virginal

de los que no aceptaron

espejos, baratijas ni quincalla

a cambio de su oro,

de sus danzas al sol,

de sus aullidos

de coyote en lo alto de la noche,

mirando de frente a la luna,

a cara descubierta,

mientras fuman -bien cargada-

su maltrecha pipa de la paz.
















[Jesús G. Aguagria. Novena de Beethoven. 2008.
Acrílico sobre tela. 150 x 150 cm.]

...Y LA CARAVANA SIGUE SU CAMINO


La caravana sigue su camino. La poesía no sabe de fronteras, de idiomas ni otros límites. Es, a veces, ingrata, se confunde con las multitudes, se esconde entre las piedras del desierto, aúlla entre los vientos o se vuelve volátil y se mezcla con la arena insidiosa del siroco. Pero vuelve una y otra vez sobre sí misma, sobre sus ecos, sobre su lucidez y su locura. Vuelve y acecha con imágenes inverosímiles a las mentes de aquellos sedientos que, tras la jornada, necesitan un caravansari en el que reposar, en el que compartir las vivencias del viaje, los avatares de la ruta, las inclemencias de una travesía inacabable y los descubrimientos de un camino del que, afortunadamente, todos desconocen el destino. Para los que no se dejan reducir, para los que no se resignan a un mero papel de gregarios, para los que esperan individualizarse y hacerse auténticos a través de la palabra, aquí está este número tres de Caravansari, revista de poesía en lenguas peninsulares, repleto de versos y reflexiones acerca de los versos, de imágenes labradas con mano de orfebre sobre la forma dúctil de la palabra, de viajes a destinos personales que son comunicados y conocidos para goce de todos los que se asomen a sus páginas. Conforman este número tres una entrevista a Enrique Badosa, un dossier de poesía venezolana, otro de poesía andaluza, poemas de Rosa Lentini, Carlos Ernesto García, Andrés González castro, Joan Kunz, Eduardo Moga, Amaia Iturbide, Hedoi Etxarte, Chus Pato, Daniel Salgado, Jordi Valls, Ítmar Conesa, Angela Melim, Jorge Gomes Miranda y Ernesto Sampaio. Se incluyen las secciones habituales con reseñas, artículos y otros contenidos interesantes para los amantes de la buena poesía. En breve podréis consultar el sumario en www.caravansari.com y podréis acceder a todos los contenidos del nº dos, que ya están colgados íntegramente en la web. En breve, también, la revista estará a la venta en las librerías, y estamos intentando establecer un sistema de venta on-line. 118 páginas de encuentro con una idea abierta, crítica y libre de la poesía.


Un par de poemas publicados en Caravansari 3


LOS BARCOS


Arrecia la tormenta.

Los barcos chocan entre sí y se hunden.



Ya no tengo más hojas en el cuaderno.

Retiro los pies de la cuneta.

Me levanto empapado por el agua.



Se acabó la guerra.


[Carlos Ernesto García.
Santa Tecla, El Salvador, 1960].



COMO SI

Como si nada se desmoronase,

celebrando que todo dura

aún

mientras se extingue.



Como si ruina todo,

escombro, sombra y tú

llamándole al destrozo jaramago,

amarillo jaramago.



Arde Troya, arde Roma, Alejandría

arde también, y tú

como si hubiera de durar

aún

este instante fugaz

que es ese ahora,

perdido río abajo.


[Andrés González Castro,
Hospitalet de Llobregat (Barcelona), 1974]

domingo, 13 de septiembre de 2009

AVE, ROMANO!

Eduardo Atilio Romano aterrizó en Barcelona a principios de enero de 2007, procedente de Salta (Argentina), después de una estancia de un par de años en tierras malagueñas. Venía con ganas de tomar posesión de esta ciudad, con un libro editado en Málaga (Estrecho mar) y con un buen puñado de versos en su maleta. Algunos de esos versos se han convertido, a la postre, en su libro recién publicado, Qosqo (Buenos Aires, El suri porfiado, 2009). Uno de sus primeros contactos en Barcelona fue Jordi Valls, quien no dudó en hablarle del Aula de Poesía y enviarlo a una de nuestras convocatorias de la Revista Parlada. Romano, que tenía verdaderas ganas de entrar en contacto con los foros poéticos de la ciudad, no dudó en dejarse caer por Cincómonos un día de grato recuerdo en que nuestros invitados, creo recordar, eran José Carlos Cataño y Albert Roig. Trajo con él su Estrecho mar, que tuve ocasión, posteriormente, de leer con verdadero placer. Así nació una buena amistad y un conocimiento mutuo de nuestra poesía. Cuando ya tenía finiquitado su libro, me pidió unas palabras acerca del mismo, que han acabado conformando una especie de epílogo de la obra. No digo más. Prefiero que leáis, si os apetece, el estupendo prólogo de Robert Gurney, el texto que servidor escribió y algunos de los poemas que componen Qosqo. Tomad aire y bebed este licor a sorbos cortos, porque es un néctar concentrado y potente, como los mejores aguardientes de Salta.








 
Qosqo describe un recorrido, un doloroso viaje. El punto de partida es el Nuevo Mundo, en el Cuzco. El título del libro subraya la raíz Inca del poeta. Nos enteramos al comienzo del libro que el poeta siente que está perdiendo su identidad. Su amor, y se sospecha, su vida se han convertido en rituales. Se pone en marcha con la idea de la fertilidad en tierra extranjera. Esta es de habla catalana. En el viaje percibe que se está desvinculando del colonialismo, de los efectos que éste ha tenido sobre él. Irónicamente dice que el oro que lleva en un diente puede haber sido sacado de sus ancestros. Huye al Nuevo Mundo, el cual es, en efecto, el Viejo Mundo. Aquí, también, tiene problemas. Llega en el momento en que acaba de terminar el Carnaval. Se traslada de un lugar en donde el terreno está impregnado por la cultura Inca, el norte de la Argentina, a un poblado imbuido, en la superficie, por el folklore catalán. En cierto modo le es familiar. Se siente un hombre libre cuando llega. No dobla las rodillas y tampoco se presenta acompañado de regalos. Encuentra a un chamán que ve a través del ojo de Dios. No obstante, este nuevo mundo (para él) es inhóspito. Todo tiene algo de monótono, hay una igualdad que lo excluye. Comienza a encontrarse a sí mismo y establece su identidad en oposición a esta nueva realidad externa; no está tan seguro de que la gente de este nuevo mundo sepan quienes son: ¿Vosotros sabéis quiénes sois? El Inca en él se impone en cómo ver las cosas. Este descubrimiento o redescubrimiento, de quién es realmente, se dilucida por lo que experimenta al mirar los aros de oro en las tiendas. En ese viaje se descubre. Oye los gemidos de sus antepasados cuyo sufrimiento construyó España. La imagen de una cruz en un cráneo en un museo le recuerda cómo su cultura subyacente se caracterizó por la colonización. El poeta está a una distancia de todo esto: no tiene callos en las manos pero sigue oyendo los gritos de las víctimas dentro de su cabeza. Su definición de sí implica sentirse conectado a los chamanes de la cuenca del Orinoco. La idea de mago o vidente, desarrollado por Rimbaud, se hace referencia cuando dice que él es un descendiente de los chamanes pero luego se traslada a la noción de la libertad de los hombres (el noble salvaje Rousseau) conceptos que contrastan con el hierro y el movimiento mecánico del mundo industrializado. Su reacción a la figura de Colón de pie cerca del mar en Barcelona, señalando con el dedo, es que tiene la sensación de que Colón todavía sigue siendo prejudicial para America Latina, que sigue causando dolor en sus entrañas (la opinión de Galeano). Es como si, para él, el espíritu de Colón, precursor del colonialismo, todavía está vivo. Siente que el lugar es una amenaza y que él, el poeta, ha olvidado su pasado, y que lo que tiene entre sus dedos no es nada. El Viejo Mundo, su nuevo, nada le ha dado. Incluso el acto de escribir se asocia con el dolor. La imágen sorprendentemente surrealista de un gigante con alas que come, como un caníbal, los huesos del poeta, bebe su sangre y vomita su futuro, relacionado con los gigantes de Montserrat, describe sus sentimientos religiosos a nivel de su ser “castillanizado”, así como sus sentimientos políticos como ser colonizado.

Este es un poderoso libro en el que el poeta aborda el tema esencial de la identidad. Trata de un viaje físico, desde una tierra, una vez influenciada por los Incas, a una ciudad situada en la antigua (y quizás todavía activa) potencia colonial. El poeta dibuja la trayectoria entre los departamentos de Cuzco a Barcelona. Es también un viaje ontológico. Se traslada de una situación asfixiante, en un sentido, y en este proceso llega al conocimiento de su núcleo vital Inca o antigua sabiduría espiritual. La soledad de la persona en su sufrimiento y una cierta aceptación de cómo son las cosas resumen la posición final de su libro. Uno siente que el ejemplo de César Vallejo, con su profundo cuestionamiento religioso, no está nunca muy lejos de la mente del poeta. Se puede vislumbrar al poeta peruano sentado en ese banco del patio familiar en Santiago de Chuco, tranquilamente, tal vez irónicamente, por lo menos estoicamente observando a Romano. Después de todo, él, Vallejo, había hecho el mismo viaje.


El estilo del libro es minimalista y efectivo. Sustantivos y verbos llevan el marcado sentido del poeta. Los adjetivos se utilizan sólo con moderación. El poeta comunica su mensaje con fuerza y con una claridad refrescante.
Como se ha señalado anteriormente, el poeta se ve caer en una profunda Sabiduría Inca, que él considera existir, en un momento, como una base, dentro de él. El libro termina con el afloramiento de esa sabiduría:

De las cosas de esta vida


una tan sola es verdad


la pena de cada uno


que no saben los demás.


El poemario finaliza así con una nota de calma. El poeta encuentra enterrado el consuelo de la sabiduría del norte de la Argentina. Esa sabiduría sale de su interior, y se expresa en lo tradicional, la copla popular, y en la lengua del colonizador. Ahora no hay sugerencia de sentirse asfixiado por lo impuesto, por la cultura de la superficie.
 
Robert Gurney
Londres, Enero de 2009




PUPIL·LA
 
 
Nada se escapa,
veo
el batallar de tus pupilas
sin fondo.
 
Tomarás todo lo que quieras:
absorto quedo en el campo de batalla.
 
 
  
RITUAL
 
 
 
Hice por última vez el ritual
para poder embarcarme
y ofrecerme a los dioses.
 
Sé que me llevan
a otras tierras
para labrarla
para ser su abono.
 
 
 
 
EL VIATGE
 
El viaje me lleva.
Atrás,
la serpiente
la copla
y el lamento de los amigos.
Las noches aprisionan
y en la sima
no hay peces
ni tierra firme.
Antes de llegar
me libero;
el peso del hierro ya no duele
el sable conquistador ya no lastima.
 


RESPIRACIÓ
  
El oro se mueve de un lugar a otro
busca respirar,
el ahogo
le entra por los ojos.
En el fondo
de la barcaza
nadie lo escucha
ni lo ve desangrarse.



 
CARNESTOLTES
 
 
El carnaval ya se ha ido;
navego sobre estas aguas tronadoras
con el miedo a cuestas
y pienso si en algún instante

tocaremos lo profundo
para unirnos a la tierra.
 
 

EL BRUIXOT
 
Yo soy el brujo
el hechicero
el chamán:
 
El que ve
por el Ojo de Dios.



REIAL
 
 
Otra vez
estoy aquí
 
surqué el Real Mar
 
para llegar a esta orilla.

 
Hoy no me postré.
Ni traigo dulces.



 
MOVIMENT MECÀNIC
 
 
Traigo
el suave perfume
del viento blanco
su columna al aire,

también canciones
danzas de mis abuelos
los chamanes
del Orinoco.

La cruz
el hierro
el movimiento mecánico
de los hombres
no nos sirvieron de nada.


Poemas extraídos del Libro QOSQO, suri porfiado, Bs.As., 2009.





MIRANDO AL SUR


En medio de su cuerpo


crecen olas lamiéndolo y quebrándolo


Héctor Viel Temperley


 
Enrique Molina escribió que la poesía –cuesta aprenderlo- relata sucesos igual que la novela o la historia. Pero lo hace desde la raíz, en el foco de una experiencia esencial que rescata de
cada cosa su incandescente totalidad.* Esa totalidad, en la poesía de Eduardo Atilio Romano, abarca un acá y un allá, a la manera, tal vez, del Cortázar de Rayuela, y abarca también el espacio que comprende la distancia entre ambos extremos, un espacio que es inmensidad, que es peligro, que es la brutal soledad de quien se halla inmerso en la travesía. Así, origen, tránsito, destino se funden conformando un todo que es biografía, pero que es también imaginería, iconografía, motivo visual para adentrarse en otro océano tan complejo como el que divide dos continentes: océano poético, travesía lírica de un escritor de versos que puede ser, en cierto modo, nómada y solitario como Viel Temperley, pero que no emplea el agua, tal el caso de éste, como elemento de canalización hacia Dios (ni aún tratándose de un dios a través del cual buscarse), sino que la convierte en medio para buscarse y hallarse a sí mismo, sin la mediación de la trascendencia. El planteamiento de Romano es, por tanto, humanista, de un humanismo crudo y despojado, que remite, de nuevo, a la enorme soledad (esta vez metafísica) de la travesía. En su último libro de poemas hasta la fecha, Estrecho mar, nuestro poeta utilizaba la metáfora del océano como vasta línea divisoria y, al mismo tiempo, como nexo de unión, como enlace entre una orilla y otra, y como punto de apoyo clave en la dialéctica pobreza / riqueza, pasado / futuro, negación / afirmación, oscuridad / claridad, valiéndose de una escritura que presenta en dosis equilibradas la expresión de la palabra y la expresión del silencio, elemento éste imprescindible en el poema, pues oxigena la concentrada lírica de la que hace gala nuestro autor. Pero Qosqo, que mantiene y perfecciona el canon estético de su antecesor, da una vuelta de tuerca más respecto a aquél, pues nos muestra al “yo” poético rememorando la aridez de la travesía, pero nos lo presenta también tomando posesión de la tierra prometida, esa Europa ansiada por todos los que se lanzan al estrecho mar y que se muestra indiferente, esquiva e incluso hostil con la mayoría de ellos. El personaje poético de Qosqo realiza una maniobra de aprehensión del lugar de destino, y entre el extrañamiento y la perplejidad del recién llegado, empieza a dar muestras de esa toma de posesión, de esa integración que deviene condición indispensable para quien ha emprendido la aventura de atravesar las aguas en busca de oportunidades. No resulta extraño, por tanto, que Eduardo Atilio Romano formule los títulos de los poemas que conforman Qosco en catalán, como muestra de esa aprehensión del lugar de destino a la que antes hacía referencia, como evidencia de la seguridad y familiaridad con las que el poeta se va desenvolviendo en la Barcelona de nuestros días y, si se me permite, como síntoma claro de su apreciación del enorme potencial poético de la lengua catalana, que el autor incorpora desde ya a su universo lírico como una influencia latente que, sin duda, obrará su progresión en un futuro no muy lejano.
Pero esa toma de posesión no implica ni renuncia al origen, ni abandono de su identidad, ni desmemoria. Contrariamente, allí donde la sensación del origen y de la travesía empieza, de algún modo, a diluirse, alcanza la memoria, como hecho intelectivo, para reemplazarla. La memoria es, empero, infinitamente más poderosa: redimensiona la amplitud de la sensación y le otorga un poder simbólico de una potencia abrumadora, porque nace del interior del “yo”, convirtiendo lo meramente sensitivo en verdadera emoción. De ese modo también la geografía del destino incita al juego de las analogías, y Qosqo (voz quechua que podría traducirse como el ombligo del mundo, pero también centro vital de la energía corporal donde residen los sentimientos, y de ahí el humanismo al que hacía alusión más arriba, pues el centro del mundo radica en el interior del individuo) deviene Torna Qosqo entre las piedra mágicas de Montserrat, donde el “yo” poético continúa labrando su identidad, ese todo que acoge en su seno al yo del origen, al del tránsito y al del destino, un destino que sigue siendo tránsito, porque ni la sabiduría de los versos ni la inteligencia de su hacedor pueden prever a ciencia cierta lo que deparará el futuro, y porque ningún ser humano –menos aún el nómada, el exiliado- puede vencer definitivamente su desamparo y su angustia existencial ante un mundo que le niega tanto como le afirma.
De regreso a las palabras de Enrique Molina con las que iniciaba esta breve introducción, y a la
experiencia esencial que rescata de cada cosa su incandescente totalidad, observamos que en los versos de E. A. Romano esa totalidad se bate dialécticamente con la escisión que anida en el interior del “yo” poético. Toda dialéctica, para ser fructífera, necesita resolverse en algo nuevo, distinto y ontológicamente superior a los términos que lo ocasionaron. En este caso, la dialéctica da como fruto un sujeto más rico en su bagaje, más completo en su comprensión, más sensible al conocimiento del “otro”, precisamente por haber alcanzado un mayor conocimiento de sí mismo.
Antes de poner el broche final a Qosqo recurriendo a los versos de una copla de las que acostumbran a cantarse en tierras de Salta previamente a la apertura del Carnaval, durante el
Jueves de Compadres, el personaje de Romano reafirma su posición, mira al sur, mira a los otros y se ve a sí mismo. Se ha hecho ya parte integrante del paisaje. Se sienta y escancia el vino agridulce del recuerdo, en un ritual que le hace más humano, más catalán, más salteño y más poeta.



J. A. Arcediano
Barcelona, marzo de 2009


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* Sobre Carta de marear, de Héctor Viel Temperley. Citado
por Julio César Galán en Aprender a nadar: la poesía
samurai de Héctor Viel Temperley. Cuadernos
hispanoamericanos, 695, p. 95 – 100, mayo de 2008
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