domingo, 13 de septiembre de 2009

AVE, ROMANO!

Eduardo Atilio Romano aterrizó en Barcelona a principios de enero de 2007, procedente de Salta (Argentina), después de una estancia de un par de años en tierras malagueñas. Venía con ganas de tomar posesión de esta ciudad, con un libro editado en Málaga (Estrecho mar) y con un buen puñado de versos en su maleta. Algunos de esos versos se han convertido, a la postre, en su libro recién publicado, Qosqo (Buenos Aires, El suri porfiado, 2009). Uno de sus primeros contactos en Barcelona fue Jordi Valls, quien no dudó en hablarle del Aula de Poesía y enviarlo a una de nuestras convocatorias de la Revista Parlada. Romano, que tenía verdaderas ganas de entrar en contacto con los foros poéticos de la ciudad, no dudó en dejarse caer por Cincómonos un día de grato recuerdo en que nuestros invitados, creo recordar, eran José Carlos Cataño y Albert Roig. Trajo con él su Estrecho mar, que tuve ocasión, posteriormente, de leer con verdadero placer. Así nació una buena amistad y un conocimiento mutuo de nuestra poesía. Cuando ya tenía finiquitado su libro, me pidió unas palabras acerca del mismo, que han acabado conformando una especie de epílogo de la obra. No digo más. Prefiero que leáis, si os apetece, el estupendo prólogo de Robert Gurney, el texto que servidor escribió y algunos de los poemas que componen Qosqo. Tomad aire y bebed este licor a sorbos cortos, porque es un néctar concentrado y potente, como los mejores aguardientes de Salta.








 
Qosqo describe un recorrido, un doloroso viaje. El punto de partida es el Nuevo Mundo, en el Cuzco. El título del libro subraya la raíz Inca del poeta. Nos enteramos al comienzo del libro que el poeta siente que está perdiendo su identidad. Su amor, y se sospecha, su vida se han convertido en rituales. Se pone en marcha con la idea de la fertilidad en tierra extranjera. Esta es de habla catalana. En el viaje percibe que se está desvinculando del colonialismo, de los efectos que éste ha tenido sobre él. Irónicamente dice que el oro que lleva en un diente puede haber sido sacado de sus ancestros. Huye al Nuevo Mundo, el cual es, en efecto, el Viejo Mundo. Aquí, también, tiene problemas. Llega en el momento en que acaba de terminar el Carnaval. Se traslada de un lugar en donde el terreno está impregnado por la cultura Inca, el norte de la Argentina, a un poblado imbuido, en la superficie, por el folklore catalán. En cierto modo le es familiar. Se siente un hombre libre cuando llega. No dobla las rodillas y tampoco se presenta acompañado de regalos. Encuentra a un chamán que ve a través del ojo de Dios. No obstante, este nuevo mundo (para él) es inhóspito. Todo tiene algo de monótono, hay una igualdad que lo excluye. Comienza a encontrarse a sí mismo y establece su identidad en oposición a esta nueva realidad externa; no está tan seguro de que la gente de este nuevo mundo sepan quienes son: ¿Vosotros sabéis quiénes sois? El Inca en él se impone en cómo ver las cosas. Este descubrimiento o redescubrimiento, de quién es realmente, se dilucida por lo que experimenta al mirar los aros de oro en las tiendas. En ese viaje se descubre. Oye los gemidos de sus antepasados cuyo sufrimiento construyó España. La imagen de una cruz en un cráneo en un museo le recuerda cómo su cultura subyacente se caracterizó por la colonización. El poeta está a una distancia de todo esto: no tiene callos en las manos pero sigue oyendo los gritos de las víctimas dentro de su cabeza. Su definición de sí implica sentirse conectado a los chamanes de la cuenca del Orinoco. La idea de mago o vidente, desarrollado por Rimbaud, se hace referencia cuando dice que él es un descendiente de los chamanes pero luego se traslada a la noción de la libertad de los hombres (el noble salvaje Rousseau) conceptos que contrastan con el hierro y el movimiento mecánico del mundo industrializado. Su reacción a la figura de Colón de pie cerca del mar en Barcelona, señalando con el dedo, es que tiene la sensación de que Colón todavía sigue siendo prejudicial para America Latina, que sigue causando dolor en sus entrañas (la opinión de Galeano). Es como si, para él, el espíritu de Colón, precursor del colonialismo, todavía está vivo. Siente que el lugar es una amenaza y que él, el poeta, ha olvidado su pasado, y que lo que tiene entre sus dedos no es nada. El Viejo Mundo, su nuevo, nada le ha dado. Incluso el acto de escribir se asocia con el dolor. La imágen sorprendentemente surrealista de un gigante con alas que come, como un caníbal, los huesos del poeta, bebe su sangre y vomita su futuro, relacionado con los gigantes de Montserrat, describe sus sentimientos religiosos a nivel de su ser “castillanizado”, así como sus sentimientos políticos como ser colonizado.

Este es un poderoso libro en el que el poeta aborda el tema esencial de la identidad. Trata de un viaje físico, desde una tierra, una vez influenciada por los Incas, a una ciudad situada en la antigua (y quizás todavía activa) potencia colonial. El poeta dibuja la trayectoria entre los departamentos de Cuzco a Barcelona. Es también un viaje ontológico. Se traslada de una situación asfixiante, en un sentido, y en este proceso llega al conocimiento de su núcleo vital Inca o antigua sabiduría espiritual. La soledad de la persona en su sufrimiento y una cierta aceptación de cómo son las cosas resumen la posición final de su libro. Uno siente que el ejemplo de César Vallejo, con su profundo cuestionamiento religioso, no está nunca muy lejos de la mente del poeta. Se puede vislumbrar al poeta peruano sentado en ese banco del patio familiar en Santiago de Chuco, tranquilamente, tal vez irónicamente, por lo menos estoicamente observando a Romano. Después de todo, él, Vallejo, había hecho el mismo viaje.


El estilo del libro es minimalista y efectivo. Sustantivos y verbos llevan el marcado sentido del poeta. Los adjetivos se utilizan sólo con moderación. El poeta comunica su mensaje con fuerza y con una claridad refrescante.
Como se ha señalado anteriormente, el poeta se ve caer en una profunda Sabiduría Inca, que él considera existir, en un momento, como una base, dentro de él. El libro termina con el afloramiento de esa sabiduría:

De las cosas de esta vida


una tan sola es verdad


la pena de cada uno


que no saben los demás.


El poemario finaliza así con una nota de calma. El poeta encuentra enterrado el consuelo de la sabiduría del norte de la Argentina. Esa sabiduría sale de su interior, y se expresa en lo tradicional, la copla popular, y en la lengua del colonizador. Ahora no hay sugerencia de sentirse asfixiado por lo impuesto, por la cultura de la superficie.
 
Robert Gurney
Londres, Enero de 2009




PUPIL·LA
 
 
Nada se escapa,
veo
el batallar de tus pupilas
sin fondo.
 
Tomarás todo lo que quieras:
absorto quedo en el campo de batalla.
 
 
  
RITUAL
 
 
 
Hice por última vez el ritual
para poder embarcarme
y ofrecerme a los dioses.
 
Sé que me llevan
a otras tierras
para labrarla
para ser su abono.
 
 
 
 
EL VIATGE
 
El viaje me lleva.
Atrás,
la serpiente
la copla
y el lamento de los amigos.
Las noches aprisionan
y en la sima
no hay peces
ni tierra firme.
Antes de llegar
me libero;
el peso del hierro ya no duele
el sable conquistador ya no lastima.
 


RESPIRACIÓ
  
El oro se mueve de un lugar a otro
busca respirar,
el ahogo
le entra por los ojos.
En el fondo
de la barcaza
nadie lo escucha
ni lo ve desangrarse.



 
CARNESTOLTES
 
 
El carnaval ya se ha ido;
navego sobre estas aguas tronadoras
con el miedo a cuestas
y pienso si en algún instante

tocaremos lo profundo
para unirnos a la tierra.
 
 

EL BRUIXOT
 
Yo soy el brujo
el hechicero
el chamán:
 
El que ve
por el Ojo de Dios.



REIAL
 
 
Otra vez
estoy aquí
 
surqué el Real Mar
 
para llegar a esta orilla.

 
Hoy no me postré.
Ni traigo dulces.



 
MOVIMENT MECÀNIC
 
 
Traigo
el suave perfume
del viento blanco
su columna al aire,

también canciones
danzas de mis abuelos
los chamanes
del Orinoco.

La cruz
el hierro
el movimiento mecánico
de los hombres
no nos sirvieron de nada.


Poemas extraídos del Libro QOSQO, suri porfiado, Bs.As., 2009.





MIRANDO AL SUR


En medio de su cuerpo


crecen olas lamiéndolo y quebrándolo


Héctor Viel Temperley


 
Enrique Molina escribió que la poesía –cuesta aprenderlo- relata sucesos igual que la novela o la historia. Pero lo hace desde la raíz, en el foco de una experiencia esencial que rescata de
cada cosa su incandescente totalidad.* Esa totalidad, en la poesía de Eduardo Atilio Romano, abarca un acá y un allá, a la manera, tal vez, del Cortázar de Rayuela, y abarca también el espacio que comprende la distancia entre ambos extremos, un espacio que es inmensidad, que es peligro, que es la brutal soledad de quien se halla inmerso en la travesía. Así, origen, tránsito, destino se funden conformando un todo que es biografía, pero que es también imaginería, iconografía, motivo visual para adentrarse en otro océano tan complejo como el que divide dos continentes: océano poético, travesía lírica de un escritor de versos que puede ser, en cierto modo, nómada y solitario como Viel Temperley, pero que no emplea el agua, tal el caso de éste, como elemento de canalización hacia Dios (ni aún tratándose de un dios a través del cual buscarse), sino que la convierte en medio para buscarse y hallarse a sí mismo, sin la mediación de la trascendencia. El planteamiento de Romano es, por tanto, humanista, de un humanismo crudo y despojado, que remite, de nuevo, a la enorme soledad (esta vez metafísica) de la travesía. En su último libro de poemas hasta la fecha, Estrecho mar, nuestro poeta utilizaba la metáfora del océano como vasta línea divisoria y, al mismo tiempo, como nexo de unión, como enlace entre una orilla y otra, y como punto de apoyo clave en la dialéctica pobreza / riqueza, pasado / futuro, negación / afirmación, oscuridad / claridad, valiéndose de una escritura que presenta en dosis equilibradas la expresión de la palabra y la expresión del silencio, elemento éste imprescindible en el poema, pues oxigena la concentrada lírica de la que hace gala nuestro autor. Pero Qosqo, que mantiene y perfecciona el canon estético de su antecesor, da una vuelta de tuerca más respecto a aquél, pues nos muestra al “yo” poético rememorando la aridez de la travesía, pero nos lo presenta también tomando posesión de la tierra prometida, esa Europa ansiada por todos los que se lanzan al estrecho mar y que se muestra indiferente, esquiva e incluso hostil con la mayoría de ellos. El personaje poético de Qosqo realiza una maniobra de aprehensión del lugar de destino, y entre el extrañamiento y la perplejidad del recién llegado, empieza a dar muestras de esa toma de posesión, de esa integración que deviene condición indispensable para quien ha emprendido la aventura de atravesar las aguas en busca de oportunidades. No resulta extraño, por tanto, que Eduardo Atilio Romano formule los títulos de los poemas que conforman Qosco en catalán, como muestra de esa aprehensión del lugar de destino a la que antes hacía referencia, como evidencia de la seguridad y familiaridad con las que el poeta se va desenvolviendo en la Barcelona de nuestros días y, si se me permite, como síntoma claro de su apreciación del enorme potencial poético de la lengua catalana, que el autor incorpora desde ya a su universo lírico como una influencia latente que, sin duda, obrará su progresión en un futuro no muy lejano.
Pero esa toma de posesión no implica ni renuncia al origen, ni abandono de su identidad, ni desmemoria. Contrariamente, allí donde la sensación del origen y de la travesía empieza, de algún modo, a diluirse, alcanza la memoria, como hecho intelectivo, para reemplazarla. La memoria es, empero, infinitamente más poderosa: redimensiona la amplitud de la sensación y le otorga un poder simbólico de una potencia abrumadora, porque nace del interior del “yo”, convirtiendo lo meramente sensitivo en verdadera emoción. De ese modo también la geografía del destino incita al juego de las analogías, y Qosqo (voz quechua que podría traducirse como el ombligo del mundo, pero también centro vital de la energía corporal donde residen los sentimientos, y de ahí el humanismo al que hacía alusión más arriba, pues el centro del mundo radica en el interior del individuo) deviene Torna Qosqo entre las piedra mágicas de Montserrat, donde el “yo” poético continúa labrando su identidad, ese todo que acoge en su seno al yo del origen, al del tránsito y al del destino, un destino que sigue siendo tránsito, porque ni la sabiduría de los versos ni la inteligencia de su hacedor pueden prever a ciencia cierta lo que deparará el futuro, y porque ningún ser humano –menos aún el nómada, el exiliado- puede vencer definitivamente su desamparo y su angustia existencial ante un mundo que le niega tanto como le afirma.
De regreso a las palabras de Enrique Molina con las que iniciaba esta breve introducción, y a la
experiencia esencial que rescata de cada cosa su incandescente totalidad, observamos que en los versos de E. A. Romano esa totalidad se bate dialécticamente con la escisión que anida en el interior del “yo” poético. Toda dialéctica, para ser fructífera, necesita resolverse en algo nuevo, distinto y ontológicamente superior a los términos que lo ocasionaron. En este caso, la dialéctica da como fruto un sujeto más rico en su bagaje, más completo en su comprensión, más sensible al conocimiento del “otro”, precisamente por haber alcanzado un mayor conocimiento de sí mismo.
Antes de poner el broche final a Qosqo recurriendo a los versos de una copla de las que acostumbran a cantarse en tierras de Salta previamente a la apertura del Carnaval, durante el
Jueves de Compadres, el personaje de Romano reafirma su posición, mira al sur, mira a los otros y se ve a sí mismo. Se ha hecho ya parte integrante del paisaje. Se sienta y escancia el vino agridulce del recuerdo, en un ritual que le hace más humano, más catalán, más salteño y más poeta.



J. A. Arcediano
Barcelona, marzo de 2009


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* Sobre Carta de marear, de Héctor Viel Temperley. Citado
por Julio César Galán en Aprender a nadar: la poesía
samurai de Héctor Viel Temperley. Cuadernos
hispanoamericanos, 695, p. 95 – 100, mayo de 2008
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