martes, 12 de agosto de 2008

METÁFORAS ENMARCADAS

La poesía, como territorio libre de creación, es, por definición, enemiga de límites formales y conceptuales. En nombre de esa libertad creativa, desde hace algunas décadas, se han revelado una serie de voces poéticas que basan su trabajo no sólo en la palabra escrita, sino en la imagen (con todas sus posibilidades y materiales) y en la combinación de ambas. Resultado de esta experimentación es lo que conocemos como poesía visual (y pido disculpas por mis torpes balbuceos para hacer esta introducción). Uno de sus máximos exponentes es Gustavo Vega (León, 1948) cuya obra fue expuesta en su ciudad natal esta primavera, en una muestra que abarca treinta años de su producción. Os reproduzco uno de los artículos que se publicaron con motivo de la exposición, aparecido en Diario de León.



El lirismo delirante de Gustavo Vega

Luis Artigue


El Edificio Fierro, detrás del Teatro Emperador, es el momento en el que uno sale como sin querer de la luz prestigiosa de las calles céntricas y traspasa esa línea invisible tras la que empieza lo anexo, lo urbano de otro modo, lo demasiado real. Y todo tiene cierta luz solitaria hecha de brillos de primavera antigua y perspectivas alargadas por la soledad. Pero, en ese edificio gris y triste como el pañuelo de una muerta, hay ciertas escaleras anchas, percheronas, que llevan a una sala de exposiciones que últimamente no deja de sorprendernos.

Deténganse. Pongan una mano ante su propio rostro para que haya un poco de sombra en sus ojos. Es el brillo de lo nuevo. La poesía visual, un compendio de palabra, imagen, fotografía, pintura, escultura y noches de amor loco con cuerdas, viene a hablarnos hermosamente de esta época nuestra tan ecléctica, sincrética y multicultural, y por eso elabora ante nuestros ojos un discurso avanzado y profundo que responde a las exigencias intelectuales y estéticas de la contemporaneidad.

O dicho de otro modo: la poesía visual es un loco mestizo que sentado en el filo de una acera mira a la luna mientras toca el bongó. Sí, de hecho la poesía visual es un pastiche, una paella estética, un modo de hacernos saber que toda la materia puede ser material –material creativo, claro-, sí, todo es poético, eso es, eso, esto: la técnica mixta como propuesta vital. Miren, la poesía visual es un modo que ha encontrado el ser humano de decir que la pureza ya no es un valor, que lo sublime es la mezcla, que ha quedado atrás lo único, que dentro de nosotros hay muchos yos, y por eso todos somos legión.

Así la poesía visual, ese ruido que los sabios llaman música, eso raro y hermoso que nosotros no podemos entender ni olvidar, se ha adueñado ahora del Edificio Fierro hasta convertirlo en una metáfora de todo y de nada, del pasado y del futuro, de la modernidad y el clasicismo; una extraña metáfora de lo que somos y lo que queremos ser.

Hay pues en ese edificio una sucesión de momentos de lirismo delirante: son cuadros con menos colores que palabras, esculturas postsurrealistas que explican y confunden como pesadillas, fotocomposiciones, poemas visuales, interconexiones, iluminaciones compartidas, obras en las que la palabra no convive con la imagen, como era de esperar en una exposición así, sino que la palabra es imagen, claro, pues su valor, más que lingüístico, es fundamentalmente plástico. Son metáforas enmarcadas. Cada pieza, mera parte del todo, constituye un punto de partida para la meditación, como los koan del zen.

Esculturas esquizofrénicas. Ese momento en el que la imaginación, que pudo ser locura, más bien se convierte en arte siguiendo los pasos pioneros de El Bosco, y las huellas imposibles de los surrealistas, y las pisadas esenciales de Paul Celan y José Ángel Valente… Son poemas espaciales… Iluminaciones compartidas… Interconexiones opiáceas... Fotocomposiciones... Pintura... Poesía... Música… La creatividad humana es una y políglota. Oh, acostumbrado uno al papel cebolla del cielo de León, entra de pronto en esta exposición y cree renovarse al ponerse en contacto con algo tan frágil, inteligente, complicado y magnético que debe de ser la libertad misma.

Es cierto, hay gente fascinante en este mundo nuestro -casi ángeles infiltrados- cuya curiosa alma se refleja en lo creado. Gente que deslumbra, se aproxima y pasa como los faros de un Ford Fiesta en la noche oscura de estos tiempos…

Antes de que se vaya, les recomiendo la exposición de Gustavo Vega.


Diario de León. Sección El Aullido.

Sábado 5 de abril de 2008








10 de Barcelona

Hace tiempo os hablé de la presentación de la antología 10 de Barcelona. Eso sucedió hacia la primavera, allá por el mes de abril. Para servidor fue una grata noticia saber que contaban con mis poemas a la hora de confeccionar el libro. Desde entonces no he vuelto a hablar de ello por escrito, pero creo que ya es hora de decir unas palabras al respecto. Me siento muy honrado de ser uno de esos 10, dado que los demás integrantes de la selección son todos ellos poetas experimentados y gente que trabaja de un modo u otro para que la poesía se difunda y esté presente en los diversos foros culturales y literarios. Se trata de un libro ecléctico y plural por definición, ya que en sus páginas conviven autores con concepciones muy diversas y con estéticas claramente diferenciadas. Si a ello unimos el hecho de que en la muestra se alternan el catalán y el castellano, creo que el producto final es una selección rica e interesante para cualquier lector de poesía que no se autoimponga límites estéticos o idiomáticos. Os invito, por tanto, a que os acerquéis hasta las páginas de 10 de Barcelona (Abadia Editors, 2008) y degustéis la variedad poética que ofrece. El libro, además, viene precedido por un excelente prólogo del poeta Carles Duarte, conocedor de la obra de todos los antologados, que ayuda a situar a los autores en el contexto de la ciudad de Barcelona, nexo de unión entre todos ellos (Ambrosio Gallego, José Luis García Herrera, Andreu González Castro, Vicenç Llorca, José Florencio Martínez, Miquel-Lluís Muntané, Felipe Sérvulo, Josep Anton Soldevila, Guillem Vallejo y un servidor que, al seguir el orden alfabético como criterio, aparece en primer lugar en las páginas de la publicación). Os transcribo dos poemas míos de los que forman parte de la antología, aunque mi intención, en adelante, es colgar también al menos un poema de cada uno de mis compañeros, para que así dispongáis de una pequeña muestra, una especie de "antología de la antología". Os remito, asimismo, al enlace con el blog del libro, en el que hallaréis noticias, comentarios e información sobre el mismo, y del que disponéis arriba a la derecha, en el menú de enlaces.






SÍSIFO SEPULTADO


Alcancé a amar la piedra
como la pesada señal de mi andadura.
Hice mío su tacto
desdoblando mis manos
sobre su piel rugosa y ultrajada.
Éramos uno solo en la victoria,
coronando la inmisericorde
ladera de los dioses,
uno en la caída inevitable
hacia un nuevo principio en que ignorar
la olímpica tortura.
Mas todo idilio puede
alcanzar un final inesperado,
y la roca, lasciva, cayó sobre mis huesos
en un abrazo impúdico y salvaje
que me puso en camino hacia la Estigia.
Dioses y héroes saben
que, a pesar de mi suerte, amé la piedra,
igual que todo hombre
ama, sin comprenderlo, su destino.

DE CÓMO EL GANADOR
ALZA LOS BRAZOS
EN SEÑAL DE VICTOR
IA


Dije que ganaría y he ganado.
Cuántos no me perdonan el triunfo.
Cuántos escupirán sobre mi tumba.
La derrota es, acaso, la victoria
y el error la mejor de las escuelas.
Tan peligroso fui para mis huesos
que nunca concebí más enemigo
ni más beligerancia de contrario.
Solamente el amor, algunas veces,
me salvó de mí mismo. Solamente
me empobreció el amor como a una rata.
La rabia, la venganza y el esfuerzo
me llevaron el agua a la garganta
en tiempos de sequía abrasadora.
A fuerza de ir rompiendo pantalones
he simulado un fardo de experiencias
envidiadas por nada ni por nadie:
apenas una parca soledad,
una quietud siquiera deseada,
una mínima impronta de belleza
rozándome la exasperada piel.
Y ha sido, a fin de cuentas, tan hermoso
respirar entre el polvo del camino,
sudar y tiritar a la intemperie
y entrever más allá de la ventisca
las formas inasibles del paisaje
que, si me lo preguntan, digo: SÍ,
volvería a vivir mi perra vida
aunque fuera para desperdiciarla.



[J. A. Arcediano. De Rictus del ganador, en 10 de Barcelona, Abadia Editors, 2008]





miércoles, 6 de agosto de 2008

UNA POETA QUE NO TEME A LAS PALABRAS

No abrigar temor alguno a las palabras es un privilegio del que no todos (ni siquiera muchos escritores) gozan. La poeta LAURA FERNÁNDEZ MAcGREGOR no les teme (o al menos no demuestra ese temor en sus escritos).

Tuve ocasión de conocer personalmente a la poeta con motivo de la presentación de sus libros en Barcelona, el pasado mes de mayo. Participé en una mesa bien nutrida de escritores y críticos que hablaron acerca de sus versos, cada uno de ellos desde una perspectiva diferente y personal. Fue un placer y un honor formar parte de aquella mesa, acompañando a Iago de Balanzó (ex-presidente del ICCI, entre otras cosas, y magnífico poeta en la intimidad), a los mexicanos Eduardo Luis Feher (escritor de gran experiencia y larga y fecunda trayectoria), José Jorge Prado (psiquiatra y buen conocedor de la obra de Laura), Isabel Pinar Roa (actriz que puso voz con exquisita sensibilidad a los poemas) y Marcenia Baqués, Maestra de Ceremonias y compañera de viaje poético desde hace años, gracias a su hospitalidad durante su gestión como propietaria y directora de la galería PER.FOR.ART ESPAI.

Los poemas de Laura Fernández MacGregor me llevaron a un universo femenino en el que el amor es inseparable del deseo y del encuentro de los cuerpos. Clara y directa, muy explícita en algunos momentos, natural, auténtica, ardiente por su contenido pero fresca en el modo de presentar el continente, su poesía es una elegante y elocuente muestra de cómo la serenidad de la madurez convive con el fuego del deseo. Como cualquier poética que se precie, la de Laura basa su autenticidad, creo humildemente, en la capacidad de reconocimiento del lector o lectora en sus versos. Tengo por norma no asociar obra poética con biografía o circunstancia personal, la cual ni niego ni afirmo, y creo que cualquier juicio literario debe prescindir -en primer término- de dicha relación, aunque un análisis en profundidad pueda requerir, finalmente, una atención mayor a la figura del autor. Los poemas de Laura Fernández MacGregor conmueven por su sencillez y por la naturalidad con que afronta el lado más carnal de las relaciones, aunque no se agotan en ese discurso, sino que buscan las profundidades a través de la comunicación entre el cuerpo y el alma, en una especie de erotismo espiritual de gran expresividad y belleza.

No era mi intención comentar su poesía, cosa que prometo hacer en breve, sino aproximarme por escrito y en este cuaderno a la autora, y aprovechar para expresarle mi agradecimiento por su cálida y generosa invitación y, ya puestos, reproducir uno de sus poemas (de los más bellos de su producción, para mi gusto) que me ha movido a escribir algunos versos deudores de los suyos y que quiero dedicarle en señal de cariño y agradecimiento. Laura no teme a las palabras y las emplea en toda su amplitud, en beneficio de la poesía y sin la prevención que demostraba, por ejemplo, Joan Margarit en su excelente poema Perills (en "Els motius del llop" -"Los motivos del lobo"-): "Tot acaba assemblant-se al nom que hem somiat / i nosaltres mateixos / a les paraules de la nostra vida." ("Todo acaba pareciéndose al nombre que hemos soñado / y nosotros mismos / a las palabras de nuestra vida").

Transcribo los poemas: el de Laura primero, y después el mío. Gracias, Laura, por la inspiración. Aunque la única relación entre uno y otro poema resida en la constatación del vacío ocasionado por la pérdida.


EL MUELLE O LA GAVIOTA

Hoy contemplo la marea baja
y me siento como esa playa:
todavía húmeda de ti,
sin embargo desolada.

La playa es gris.
Se asemeja a mi vida
incolora sin ti.

Las gaviotas revolotean desconsoladas
porque ayer el hombre destruyó
su última morada:
un viejo muelle.

No sé si soy
el muelle o la gaviota...

[Laura Fernández MacGregor]




ROMPEOLAS

[a Laura Fernández MacGregor]


Aquí, donde se nombra la derrota
y ya no queda tiempo para reconstruir,
se oscurece el paisaje
y pasan de largo los barcos
en busca de otros puertos.
Todo el color declina,
como a un paso de la demolición.
Veníamos aquí,
a dar fe de la infancia, de la vida
que tanto prometía,
y con piedras y olas
matábamos la tarde
entre viejos pescadores
y parejas de amantes.
Ahora todo anuncia
un gris de decadencia,
un sórdido abandono
de ciudad olvidada
y de mar en penumbra.
Vivíamos la infancia
y ésta era la casa de los sueños.
Ahora que anochece
y la casa se hunde entre las olas,
tomo plena conciencia del desastre.
Ya no hay tiempo sobre el que edificar
rocas, peces, amantes, pescadores,
sueños.
Solamente la duda
y ese vértigo de lo indefinible
ante el rompeolas
anclado en el vacío de la pérdida:
no sé si soy morada o morador.


[J. A. Arcediano, agosto de 2008]

LA POESÍA ESTÁ EN TODAS PARTES

Esta noche, después de más de tres meses, me reincorporo a este torpe cuaderno de notas marginales y poemas llovidos desde no sé qué nube. El tiempo se resuelve en enemigo de todos, pero más aún de los perezosos y los despistados, porque no hay nada peor que perder, en algún sentido, la noción que tenemos de él.
He pasado toda la tarde siguiendo una pista casual del poeta mexicano ALEJANDRO AURA, de quien nunca había tenido noticia, a pesar de -como he comprobado- su dilatada carrera y la importancia de su obra y de su trabajo como impulsor cultural.
Muy pronto viajaré a México, con motivo de la presentación en Cuernavaca del libro de LAURA FERNÁNDEZ MAcGREGOR Perlas de Pasión y Pensamiento II, gracias a la amable y generosa invitación de la poeta, de su hospitalidad y la de algunas personas de su entorno más próximo.
El caso es que, con tal motivo, me he propuesto revisar algunas de mis lecturas sobre poesía mexicana y, en la medida de lo posible, aproximarme al conocimiento de algunos autores contemporáneos a Laura, intentando con ello enriquecer mi acercamiento a la poesía de la autora de Cuernavaca.
Es así que me he encontrado, en una de mis búsquedas, relacionada con el también poeta PEDRO SERRANO, publicado por la editorial Candaya el año pasado, con un poema de Alejandro Aura (así como con la noticia de su reciente fallecimiento en Madrid, el pasado 29 de julio, es decir, hace ahora ocho días). No negaré que, además de sentirme cautivado por la letra del poema, la noticia del deceso me ha procurado una atracción especial hacia su figura y su creación, por lo que he seguido escrutando multitud de entradas con su nombre en el buscador, recopilando versos y asistiendo al testimonio de su lucha contra la enfermedad y su deseo de continuar escribiendo prácticamente hasta el último aliento. Poeta de estructuras sencillas, de tono a veces coloquial y desmitificador, pero también y sobre todo de un conmovedor lirismo, me ha sorprendido con una especie de poética que, a su vez, me ha remontado a la lectura, hace al menos dos años, de algunos poemas de William Carlos Williams y a un intento de poética que escribí como consecuencia de dicha lectura.
En fin, sólo quiero dejar un breve testimonio de todo esto, así que transcribo, por este orden, el poema de Williams, el intento de un servidor y el breve y magistral fragmento de Alejandro Aura, para quien quisiera sirva de homenaje. La poesía está en todas partes, y a veces también en la red. Descansa en paz, Alejandro Aura, Poeta.


A UNA POBRE ANCIANA

mordisqueando una ciruela en
la calle una bolsa de papel
llena de ellas en la mano

Le sabe bien a ella
Le saben bien
a ella. Le saben
bien a ella

Podéis saberlo por
la manera en que se entrega
a la que tiene a medio
comer en una mano

Confortada
una alegría de ciruelas maduras
parecería llenar el aire
Le saben bien a ella.


William Carlos Williams
Poemas. Visor. Madrid. 1985
(Traducc. de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal).




BAJO PIEL

Una alegría de ciruelas maduras.

William Carlos Williams



Las cosas de palabra van despacio,


se hacen a sí mismas sin motivo aparente,


en el propio decir del ir diciendo.


Verbo:


dícese de lo que se lleva el viento.


Poesía:


dícese del color de la ciruela,


del sabor, del aroma, de su tacto.


Verdadera poesía:


dícese de la carne


jugosa y agridulce que se muere


debajo de la piel de la ciruela.


[J. A. Arcediano. 2006]




CASAS TERRESTRES

9.

La palabra
es lo menos,
es el cuchillo con que se corta
la sandía.



[Alejandro Aura]



Bien, queda claro hasta qué punto estaba confundido (o no) cuando escribí esos versos.
No es bueno confundir significante con significado (la poesía con su objeto). Aunque en mi descargo podría añadir que no es lo mismo poesía que poema.
Que nadie me haga mucho caso. Lo que importa, en todo esto, son los versos, que cobran el pequeño valor de un testimonio.