sábado, 2 de noviembre de 2013

Sobre Cavalo Morto o lo que sea






Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Ledo Ivo. Esto lo supe por Juan Carlos Mestre hace algunos años. Antes de eso nunca había oído hablar ni de Cavalo Morto ni de Ledo Ivo. Ledo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco, decía Mestre, y esto ya fue el colmo del asunto. Ese día no pudo ser, pero al día siguiente me lancé a la búsqueda de cualquier rastro escrito que pudiera hallar de Ledo Ivo, y la suerte estuvo de mi parte, porque encontré “La moneda perdida”, un volumen editado por Olifante en 1989, con traducciones de Amador Palacios, y que incluía una inquietante fotografía del hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco, y pude comprobar que, efectivamente, aquel rostro parecía el de un hombre viejo y enajenado. Después, leyendo el libro, pensé que la locura bien podían haberla causado los murciélagos, y pensé que me gustaría escribir un poema sobre Ledo Ivo, la locura, los murciélagos, Cavalo Morto, Juan Carlos Mestre o lo que fuese, pero no lo escribí (estaba cansado y no se me ocurría nada que valiese la pena). Poco tiempo después murió mi padre, y un poco más adelante vi una foto de Juan Gelman y reconocí los ojos de mi padre, la nariz de mi padre, las orejas, los pómulos, la boca, el bigote de mi padre. Y ahí sí (cosa extraña, porque volvía a estar cansado) escribí un poema y me guardé la foto en el ordenador:

                                          …Verdor felino lluvia
                            o sangre, sea cual sea la distancia,
                            gato tierno y salvaje, lince bueno…

Y ya mucho después, amaneciendo

                            El 22 de agosto del año 2013,
                            llegaron a mi casa los murciélagos…

(Como si se tratara de una epifanía).

Finalmente, hace un par de días, fui a hacerme unas fotos, para renovar el deneí, y ahí vino la sorpresa: me sacaron con los ojos de loco del viejo Ledo Ivo (bueno, con los míos, pero recordaban a los suyos). Y pensé: pero si yo soy hijo de Juan Gelman, y recordé que el viejo loco Ledo Ivo decía que los murciélagos son ciegos como nosotros, y cobró sentido la mirada del viejo enajenado que llevaré los próximos diez años en mi absurdo carnet de identidad de un país que tal vez no sea el mío. Pero ahora ya sé que es la ceguera y que he vivido casi cincuenta años con los ojos muy abiertos de estupor pero sin ver apenas nada. Saqué una fotografía antigua, en blanco y negro, de un padre que sostiene en brazos a su hijo, mi padre con su hijo, el hijo que aún no tenía cara de loco, y me dio por escribir:

                            Ciegos como nosotros,
                            salvando las distancias,
                            guardándonos de nadie,
                            resolviendo gotera tras gotera.
                            Ciegos como los otros,
                            agua vieja y ceguera
                            y apenas un recuerdo.
                            Yo sé que tuve un padre,
                            lo sé porque lo veo
                            allí, junto a mi madre,
                            en las fotografías,
                            porque sostiene a un niño entre sus brazos
                            que dicen que soy yo.
                            Dos extraños ahora,
                            entonces separados
                            por un enorme abismo
                            de treinta y cinco años.
                            Dos extraños entonces, porque apenas
                            uno de ellos (yo)
                            acababa de entrar en esta escena
                            sin grandes aspavientos,
                            con un mínimo llanto.
                            Extraños, pero estaba
                            seguro en esos brazos,
                            seguro como nunca he vuelto a estar.
                            Y él, ufano, orgulloso,
                            feliz (eso parece),
                            joven, indestructible…
                            carne de cementerio.
                            Yo, carne de su carne,
                            la sangre de su sangre, que algún día
                            será carne, también, de cementerio,
                            como si nada hubiera sucedido,
                            como si abrir los ojos
                            significara el fin de la película,
                            de una historia sin héroes,
                            con argumento triste y un guión de tercera,
                            y apenas un segundo
                            para recomponer aquella imagen
                            tierna y vulgar a fuerza de repetirse tanto:
                            padre muerto sostiene entre sus brazos
                            al hijo que envejece en la penumbra.

         SVH, 24.10.13











jueves, 19 de septiembre de 2013

YO ROBÉ LA MALETA DE HANS MAGNUS







Yo robé la maleta de Hans Magnus.
Lo confieso: no pude resistirme.
Convertido en mi yo peor pagado
sobrevinieron todas mis carencias
y mis debilidades.
Prescindí del orgullo, la moral
y cualesquiera otras convicciones.
No resultó difícil. Una vez
reconocidos bulto y propietario
en aquel aeropuerto,
fue cuestión de esperar. A quien acecha
al fin le asiste la oportunidad.
Pero que nadie piense que estoy loco
o que soy un vulgar robamaletas.
Hasta las actitudes más infames
tienen explicación, aunque por ello
no dejen de ser injustificables.
Después del Hundimiento del Titánic
supe que mi papel como poeta
iba a ser el de un triste secundario.
La rabia consumía mi existencia
y al mismo tiempo era el leit motiv,
de mi vagar penoso por el mundo.
Me convertí en la sombra de Enzensberger,
aterricé con él en cualquier parte
donde él aterrizara,
fijo entre el auditorio
de innumerables universidades,
clubes, asociaciones y otros foros.
Las facturas de viajes, hostales y pensiones
mermaron mi maltrecha economía.
Me echaron del trabajo,
me aborreció mi esposa
y me dieron de lado los amigos.
Mi familia auguraba los peores presagios
respecto a mi salud mental y física.
Pero valió la pena (eso creí
en el momento de mayor delirio):
Allí estaba, por fin, aquel tesoro
con su piel de azabache
y su interior tan rojo como cereza oscura
(esto del interior no lo sabía
más que por referencias
de un tal José Agustín, amigo suyo).
Y así fue como, en tanto su ilustre propietario,
firmaba algún autógrafo
a uno de esos bibliófilos enfermos
que se saben la vida de los santos
y de los escritores de memoria,
hurté el preciado bien y, sigiloso,
me escabullí entre aquella multitud
como si la maleta fuera mía
y yo fuese Hans Magnus, el poeta.
Catorce horas después,
de regreso, por fin, en Barcelona,
me encerré en el lavabo de mi casa
(única habitación inexpugnable
al sargento mayor de mi mujer
y a los locos salvajes de mis hijos)
dispuesto para el gran descubrimiento:
tal vez un libro inédito del que me apropiaría,
el borrador genial de algún ensayo
o el poema tal vez definitivo.
Pero la suerte nunca
está del lado de los miserables,
y sólo hallé un pijama de lunares,
seis calzoncillos blancos de algodón
de aquellos de los tiempos de Viriato
(usados tres de ellos),
la misma cantidad de calcetines
entre limpios y sucios,
un neceser de flores, dos camisas
de pésima factura y peor gusto,
un pantalón de rayas (¡qué desastre!),
un libro de Horkheimer titulado
Dialéctica de la Ilustración
y una nota muy breve en alemán
“der Eisberg ist uns gegenüber unaufhaltsam
in Bewegung”,
que malamente pude traducir
con ayuda de un viejo diccionario:
“El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente”.
Llegados a este punto, supondréis
que desperté, sudando y jadeante,
de aquella endemoniada pesadilla.
Ya en la cocina, mientras preparaba
café y unas tostadas, el sargento
del que antes os hablaba (mi mujer)
me gritó desde el baño ¡Joseantoniooo!
                  ¿De quién demonios es esta maleta?














lunes, 18 de marzo de 2013

Ser [sí o sí]






                                                                        A Rosa Soria,
                                                                      por las calaveras





Penden en multitud desde mi cuello
y harían las delicias
del mismísimo Hamlet, el poeta,
que podría alargar su soliloquio
hasta la propia noche de los tiempos.
Prendido a mi garganta
                                    y en mi pecho
un mundo desatado de cegueras,
de lo que nunca vemos, de lo que no veremos,
de lo que somos todos en potencia
y en un último tránsito hacia el polvo,
entre los intersticios de la luz.
Así, por esa leve caída, como seda
de un oriente impreciso,
consuelan a la piel del frío que vendrá,
de la piedra que aguarda
                                      al final del camino.

















martes, 12 de febrero de 2013

Cuando el terciopelo ya no es azul





Decías terciopelo
como quien no queriendo
pero le va la vida
en no querer
arrastrando la sílaba
final
derramando la escasa
desnudez
abrasando los párpados
sumidos en la voz
de la tiniebla
velvet para los ciegos
que te intuyen
desnuda adormecida
lánguida tu piel blanca
y la penuria
de un amanecer
lejos muy lejos velvet
un cansancio de muerte
un abandono
de cadáver lamido
de sexo respirado
profundamente cieno
velvet para los sordos
que adivinan
el compás animal
de tus caderas
velvet para los lobos
y los tristes
velvet para 
los arrepentidos
y tú que vives
en la voz de nadie
la mirada de nadie
los oídos de nadie
que ensayas velvet
para no ser nadie
sientes que el terciopelo
no es azul
y acabas la palabra
mientras el rojo
del amanecer
asoma como un lienzo
ensangrentado
por entre los barrotes.


















jueves, 15 de noviembre de 2012

Abstracciones poéticas






POEMAS ESCRITOS PARA LA INAUGURACIÓN
DE LA EXPOSICIÓN "ABSTRACCIONES POÉTICAS",
DEL ARTISTA FEDERICO EGUÍA










A veces, transitar la superficie
no significa ser superficial.
En la faz de las cosas
a menudo reside
el reflejo inequívoco
de su esencia profunda,
la letra de su música más íntima,
más propia,
la descarnada voz de la materia
que se abre paso a gritos coloridos
o susurra, despacio, su abandono,
su más hondo dolor
o su más grande dicha.
Somos, al fin y al cabo,
esa materia errante
en busca de un lugar en este mundo,
                   en busca de un espacio en este lienzo.


























                                         [Muro, técnica mixta, 116 x 87]





Ya lo dijo Aristóteles:
El ser es movimiento.
Y en esa oscilación
se alberga fieramente
un algo incalculable,
la ley de lo incausado,
el reflejo divino
que alumbra con rigor
hasta la más pequeña
de las cosas,
hasta el gesto más ínfimo,
la palabra más frágil,
la sonrisa más débil,
la lágrima minúscula.
No estamos para nada
y estamos, sin embargo,
deambulando en el todo,
naufragando en el caos
que alberga, finalmente,
alguna playa
desierta en la que ser
grano de arena,
molusco abandonado,
cangrejo malherido,
residuo fulgurante
de una vida
que, apenas proyectada
hacia la luz,
inicia su declive,
ese apagarse
en el que se debaten
bestia y hombre,
hombre, mujer y dios
-sea cual fuere
su inescrutable
manifestación-
abrazados
a la totalidad.


























                                  [Muro II, técnica mixta, 120 x 82]





Digue’m
suaument,
a cau d’orella,
alló que necessito
saber, alló que és nostre,
només nostre.
Susurra’m
veritats inconfessables,
secrets
que quedaran
entre tu i jo.
Mot rere mot
desvetlla
l’essència
de les coses.
Jo et guardaré
el secret,
ningú sabrà
el que sabem
tu i jo.

Què és l’art
sino aquesta
transmissió clandestina,
revel·lació sagrada
que desperta
en nosaltres
-les pobres
criatures
del desert-
la set
de l’absolut?

Què será
de nosaltres
si perdem
la noció
de l’infinit?

Què farem
si, perduda
la nostra
condició
de bèsties
expulsades
de l’eden,
deixesim de buscar-lo?

Què será
de nosaltres
si el trobem?





Dime
suavemente,
al oído,
eso que necesito
saber, eso que es nuestro,
sólo nuestro.
Susurra
tus verdades
inconfesables,
secretos
que quedarán
entre tú y yo.
Palabra tras palabra
desvela
la esencia
de las cosas.
Te guardaré
el secreto,
nadie sabrá
lo que tú y yo
sabemos.

¿Qué es el arte
sino esta
transmisión clandestina,
revelación sagrada
que despierta
en nosotros
-las pobres
criaturas
del desierto-
la sed
del absoluto?

¿Qué será
de nosotros
si perdemos
la noción
de infinito?

¿Qué haremos
si, perdida
nuestra
condición
de bestias
expulsadas
del edén,
dejamos de buscarlo?

¿Qué será
de nosotros
                   si un día lo encontramos?
















[Muro III, técnica mixta, 120 x 82]







Pateixo
malalties
incurables:
la por,
la son,
l’oblit,
la circumstància,
sempre
la circumstància,
l’eufòria del moment,
la tristesa del gat,
la penúria del gos
lligat a la paret,
assemblant-se al seu amo
dia a dia.
Deixo, de tant en tant,
la petita petjada
de l’home que respira
i descobreix països,
continents,
sobre la seva
taula de cartró,
plena de taques d’oli
i de somnis d’argent.
Invento,
pas a pas,
la meva biografia
minúscula de cranc
dins una geografía
de ciutats que desperten
l’instint de l’animal.
A voltes
surto
de la meva gàbia
i reconec el món,
sincerament el món,
obscurament el món,
senzillament el món:
acrílic sobre llenç,
aquarel·la,
carbó,
oli sobre desig,
simple supervivencia.






Padezco
enfermedades
incurables:
miedo,
sueño
y olvido,
la circunstancia,
siempre
la circunstancia,
la euforia del momento,
la tristeza del gato,
la penuria del perro
atado a la pared,
pareciéndose al amo
día a día.
Dejo, de vez en cuando,
la huella tan pequeña
del hombre que respira
y descubre países,
continentes,
sobre su vieja mesa
de cartón,
tan manchada de aceite
y sueños plateados.
Invento,
paso a paso,
una biografía
de cangrejo minúsculo
en una geografía
de urbes que despiertan
el instinto animal.
A veces salgo
de mi triste
jaula
y reconozco el mundo,
sinceramente el mundo,
oscuramente el mundo,
sencillamente el mundo:
acrílico sobre lienzo,
acuarela,
carbón,
óleo sobre deseo,
simple supervivencia.




























                                                                        [Ver, técnica mixta, 100 x 81]