A Rosa Soria,
por las calaveras
Penden en multitud desde mi cuello
y harían las delicias
del mismísimo Hamlet, el poeta,
que podría alargar su soliloquio
hasta la propia noche de los tiempos.
Prendido a mi garganta
y en mi pecho
un mundo desatado de cegueras,
de lo que nunca vemos, de lo que no veremos,
de lo que somos todos en potencia
y en un último tránsito hacia el polvo,
entre los intersticios de la luz.
Así, por esa leve caída, como seda
de un oriente impreciso,
consuelan a la piel del frío que vendrá,
de la piedra que aguarda
al final del camino.
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