jueves, 14 de junio de 2012

+ - HUMOS























Despierto a un nuevo día
con esa luz que puebla las ventanas
y con la incertidumbre
del que no reconoce ni sus manos.
El verano me empuja hacia unas calles
que estallan más allá del parabrisas,
a los ruidos de siempre, a la tensión
que inunda la autopista,
a la prima de riesgo por las nubes,
al rescate de nadie, a la deriva
de otorgar lo que niego entre los dientes,
al escaso amarillo
de genista que apenas sobrevive
arriba, en la montaña,
o en la cuneta sucia de neumáticos
y de animales muertos,
a la verdad de un mundo que desmiente
todo lo que yo afirmo en voz muy baja.


Llego tarde al trabajo, como siempre,
a las sombras de un mundo sin ventanas,
un mundo de ascensores truculentos
y espacios repetidos
donde algunos reclaman por su asunto 
y otros piden justicia ingenuamente.
La vida se desata, el tiempo vuela
hasta cuando te duelen los riñones,
hasta cuando te pesa la garganta.


Nada que proponer a todo eso,
solamente sufrirlo, soportarlo,
comérselo, bebérselo,
ya que no hay modo alguno de eludirlo
y, a veces, si la cosa lo permite,
fumarse un cigarrillo en el lavabo.




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