Otros toman tu nombre como si fuera suyo. No importa. Qué te importa. Nada importa. Metal y cuerda son las claves de esta atmósfera en la que te resuelves, en la que naces puro agotamiento
y aun así perseveras igual que una reliquia, siempre a prueba, siempre bajo sospecha. Porque llevas su nombre, como si fuera tuyo.
Ganas de ser Bob Dylan si no fuera tan viejo si no estuviera enfermo con esa voz tan rota tan gastada con esa tos de perro que se lleva la tosca melodía y compone la coda de una rapsodia nunca terminada ganas de ser Bob Dylan o King-Kong o el hombre de la mancha sin la mancha o el que huye de todas las respuestas que traen los alisios o deja tras de sí la tramontana ganas de ser el otro si el otro no amenaza ganas de ser John Coltrane o cualquiera que sople en la penumbra una verdad metálica y viciosa ganas de ser Ulises nacido en el fragor de la pelea y huyendo siempre del enfrentamiento ganas de ser Bob Dylan y romper la guitarra en las espaldas de tanto malnacido ganas de ser tú mismo ganas de no ser nada
Siempre deseaste que mi casa fuera la más indigna del imperio. Un nido de sombras, un rincón sin música. Cuántos pasaron de largo con indiferencia, cuántos escupieron junto al umbral oscuro. Cuántas amenazas escuché desde el fondo, en el patio de arena salada, mientras miraba mis manos hacerse viejas igual que tu mirada. Y ahora, que te entrego las llaves, que te regalo todo su vacío, los viejos pergaminos, las estatuas desnudas, desmembradas, las voces que frecuentan sus pasillos, te excusas con un simple no recuerdo. Bastardo de cien padres, ojalá que te duren la vida y la memoria para ver cómo llueven los inviernos sobre ese vino agrio que guardas para, un día, celebrar tu victoria.