Mirar a todas partes
y ver nada
cansa y no reconforta,
porque lo infructuoso
arrastra a nuestro lado
el aroma a tiniebla
y a vacío.
Lo malo es no saber
vivir la vida
sin dejar de mirar
a todas partes
y estar siempre
barriendo oscuridades
y palpando los huecos
donde habita el cansancio
como dueño y señor
sobre las cosas.
Afortunadamente
-y pase lo que pase:
llueva el sol
o deslumbre la lluvia,
canten los gatos,
ladren los gorriones,
viva o muera un extraño
en cualquier parte-
llega la noche y carga
el peso de la luna en nuestros ojos.