viernes, 25 de junio de 2010

Destruir, destruir

Intentando poner orden entre el maremagnum de papeles, revistas, libros y otros objetos y artefactos inútiles, he dado con dos viejos folios en los que se conservan, intactos, los versos de sendos poetas, Ledo Ivo y Eliseo Diego. Aparentemente, nada tienen que ver uno con otro. Después de una primera lectura, algo similar empieza a aflorar desde sus palabras. A la segunda, las voces empiezan a armonizarse, como si alguna magia oscura las fuese superponiendo. A la tercera, ya casi son la misma voz, reproduciendo graves y medios para crear un maridaje excepcional, acompasado, oculto y a la vez evidente. Se hacen presentes entre la nube espesa del tiempo y susurran un canto en el que las notas parecen querer retener el transcurso de las horas, los días y los años. Aquí los dejo, para quien los quiera.


LOS MURCIÉLAGOS


Los murciélagos se esconden tras las cornisas
del almacén ¿Pero dónde se esconden los hombres,
que vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?

La casa de nuestros padres estaba llena de murciélagos colgados,
como luminarias, de las viejas vigas
que apuntalaban el tejado amenazado por las lluvias.

"Estos hijos nos chupan la sangre", suspiraba
mi padre.

¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de los otros animales
(¡hermano mío! ¡hermano mío!) y, comunitario, exige
el sudor de su semejante aún en la oscuridad?

En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su
almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las doradas monedas de su amor.

Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo guarda el
día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis ocho hermanos y a mí)
su casa donde de noche llovía por las tejas rotas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los murciélagos.
Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos como nosotros.


Ledo Ivo (Brasil, 1924)
"La moneda perdida"




TIEMPO DE LA FOTOGRAFÍA



Ávida vuela la palanca
y entra veloz la luz, el tiempo
preciso y justo de la arena
precipitándose a la trampa. Todo
queda ya igual
-ya para siempre.

Los niños y el resol, la viva espuma,
las nubes en sus coros displicentes,
la dicha inmensa del verano
y el simple estar allí
-tal como era
en aquella otra luz
-en aquel tiempo.



Eliseo Diego
"Los días de tu vida"